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COVID-19: Economía y Salud son hermanas siamesas – Por Amyra El Khalili
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Ilustração: Felipe Lima
Éramos niños y ya convivíamos, yo y mis hermanos, con el drama de la emergencia de las Unidades de Terapia Intensiva (UTIs), cuando mi mamá, administradora hospitalaria, nos llevaba los fines de semana para el ala infantil del Hospital Tide Setúbal, en la Zona Leste de São Paulo, porque no tenía con quién dejarnos.
Así he vivido por años y años mi aprendizaje de cómo se hace salud pública en la precariedad de este Brasil de dimensiones continentales.
Decidí seguir otro camino profesional y me hice economista. Pero la historia y el aprendizaje de una familia de mujeres enfermeras, como mi madre, tías, primas, sus colegas y tantas otras, me han servido para entender que economía y salud siempre caminaron juntas y son completamente inseparables.
Con la pandemia de COVID-19, pasamos a discutir la dicotomía entre economía y salud, como se una fuese posible sin la otra; como si los problemas económicos y sus consecuencias, como recesión, inflación, desempleo, la gran depresión y el endeudamiento tuviesen su origen tan sólo en las medidas de aislamiento adoptadas para contener el virus que se alastra mundialmente.
Hace tiempo venimos alertando ser necesario frenar este modelo económico imbricado con el mercado financiero y el Estado. Hablamos en lenguaje de economés-financés sobre el peligro inminente de una “crisis sistémica” de dimensiones incontrolables. Comparamos ese fenómeno con una metástasis que se multiplicaría infinitamente en el cuerpo de la economía globalizada en estado terminal, así como agoniza un paciente acometido por cáncer.
El concepto de gestión ambiental nació en la salud pública, en la década de 1960, justamente por la necesidad de implementar procesos ambientales en la administración de hospitales, sea por la correcta destinación de los residuos, tanto cuanto por la prevención contra los riesgos de la contaminación hospitalaria. El paciente ingresado para curarse de una enfermedad termina por contraer otra por el contacto con otros pacientes infectados, entre otros factores.
He aprendido, en la salud pública, que gestión de conflictos, de emergencia, de epidemias son tan dependentes de causas económicas, cuanto aprendí, en el mercado financiero, que economía es la ciencia del “depende”.
He aprendido, en la salud pública, que los gastos con salud dependen de saneamiento básico y de recursos hídricos (agua), y que cuidar los recursos hídricos equivale a salvar vidas y que no hay dinero en el mundo que pague el valor humano y ambiental.
He aprendido, en la salud pública, que curva de riesgo es una variable con muchas posibilidades y que hay un punto de equilibrio entre oferta y demanda, cuya fórmula matemática es una tenue línea entre vida y muerte.
He aprendido, en la salud pública, que no se puede medir el dolor de un ser humano como se mide un indicador financiero entre ganancia y pérdida.
Ha aprendido, en la salud pública que costo/beneficio se puede convertir en costo/pérdida en la misma velocidad con que se mueven las cotizaciones en las bolsas de valores.
He aprendido, en la salud pública, que cargos y salarios se deben analizar tomando como base cuanto nos costaría el precio de la felicidad.
He aprendido, en la salud pública que, frente a la desesperación del dolor y la pérdida de un ser querido, todo en la vida pierde valor, porque el dolor del duelo es único e intransferible.
He aprendido, en la salud pública, que el economista que honra su profesión tiene que ser también un eficiente gestor de resultados, pero que eso no se mide solamente por números, indicadores, gráficos y tasas. A fin de cuentas, lo que se entiende por “resultados” es también una variable que “depende”.
Es lamentable leer números de muertos diarios contabilizados como se fuesen “experimentos” para indicadores a analizarse por gráficos convertidos en índices, en los mercados de capitales.
Es lamentable que algunos políticos no sean sensibles al dolor ajeno. Son indiferentes con los que están siendo entubados, despreciando también los muertos que se almacenan en camiones frigoríficos y son enterrados en fosas comunes, como indigentes. Actúan como se estuviesen completamente drogados con el poder que les fue otorgado.
Esa gente dopada está practicando genocidio, etnocidio y exterminio, y se legitiman como héroes empeñados en “salvar la economía”. Estos gestores no han aprendido nada con la salud pública y no saben absolutamente nada de economía.
Quizás aprendan algo cuando pierdan su propio oxígeno. Y, quizás, cuando la misericordia divina les de la oportunidad de arrepentirse en su “último suspiro”.
¡Esa es la esperanza que jamás muere!
Versión en español: Beatriz Cannabrava, Diálogos del Sur.
*Amyra El Khalili es profesora de economía socioambiental, editora de las redes Movimiento Mujeres por la P@Z! y Alianza RECOs – Redes de Cooperación Comunitaria Sin Fronteras. Colabora con Diálogos del Sur.